domingo, 18 de diciembre de 2011

El hombre que habló palabras sobre la palabra.

Hace un mes casi día por día, un expresidente de la República de Checoslovaquia (y de Chequia, a secas después) convocó a un puñado de amigos antiguos en Praga para conmemorar a su manera el fin del régimen comunista y allí se presentó una troupe de primer nivel con mayoría de periodistas de postín (Adam Michnik) o artistas (Joan Baez) mientras el gobierno ideaba otros fastos por su cuenta. El anfitrión, Vaclav Havel que murió la pasada noche en Praga, su ciudad natal. Havel, con la ayuda de su fundación y su segunda esposa, Dagmara (había enviudado en 1996 al morir su compañera de toda vida y activista como él, Olga) fue fiel a su estilo, la verdad es que poco amigo de componendas, hasta el fin y los que prefirieron otra dimensión del evento, los socios del presidente Vaclav Klaus, que no podía ocultar una antipatía personal y política por el padre de la democratización en el país y celos por su reputación internacional. En efecto, Vaclav Havel es un ejemplo acabado y no muy frecuente de personalidad eminente como escritor y como hombre político. Bien conocido como autor teatral – su “El memorándum” es un pieza magistral representada en medio mundo – y como ensayista de tono moralizador, era al tiempo un correoso activista, trabajador infatigable y hombre de temperamento. Sus detenciones frecuentes, sus visitas a la cárcel en cuanto terminó la efímera primavera de Praga a finales del 67, solo pudieron confirmarle en sus ideales democráticos servidos con su fe en la resistencia pacífica. Terciopelo y carta Havel sabía que el régimen comunista bajo Gustav Husak, escogido por los soviéticos tras a invasión como relativamente conciliador y templado tras el fin de los años de Alexandr Bubcek, estaba exangüe, pero que se resistiría a morir. Su después rival el que sería su primer ministro y hoy es jefe del Estado, Klaus, se ha basado siempre en esa suposición para restar méritos a Havel y los suyos, percibidos como hombres de letras y agitadores diletantes y, por ejemplo, para boicotear de hecho la reunión del mes pasado. Pero Havel, hombre de temperamento y férrea voluntad, siempre creyó que las palabras en una sociedad con alto standard cultural medio y una tradición literaria y técnica muy elevada, sería sensible a la predicación. Eso fue Havel: un escritor que redactó un papel conocido como “Carta-77”, en enero de ese año, 1977, y animó con una tenacidad que aún asombra la llamada 'revolución de terciopelo'. Sin disparar un tiro, pero con una inflexible exigencia de cambio de régimen y democracia solvente, fue ganando poco a poco la partida y exactamente el 17 de noviembre de 1989 (por eso la sesión conmemorativa de hace un mes) el régimen comunista pasó oficialmente a mejor vida. Havel fue, por sus méritos y sin mucha discusión, el primer jefe del nuevo Estado, aunque entonces, como casi siempre porque él no era el jefe de una facción, debió acomodarse a los gobiernos de coalición en tanto el panorama político se aclaraba y se producía el referéndum, también de terciopelo que separó a Chequia de Eslovaquia (en aplicación del mecanismo constitucional previsto y sin oposición digna de mención). Fue presidente hasta 2003, cuando el viento cambió en Chequia, miembro de la UE al año siguiente. Una infección respiratoria Tras abandonar la presidencia, continuó participando en foros y organizaciones sociales y políticas en defensa de la democracia. En 2003 creó el Comité Internacional para la Democracia en Cuba (CIDC), desde el que reivindica la democracia para la isla. En abril de 2008 abanderó otra fundación, Fundación Europea para la Democracia por la Asociación (EFDP). Además, en Praga promueve el Forum 2000 desde su creación en 1997, por iniciativa de él mismo, que reúne a personalidades de todo el mundo para debatir sobre cuestiones sociales y políticas. Desde que en 1996 le fue extirpado un tumor en el pulmón derecho, ha sufrido numerosas hospitalizaciones por problemas respiratorios. La última ha tenido lugar el 8 de marzo de 2011, tras sufrir una infección respiratoria aguda.