sábado, 23 de junio de 2007

POMARROSAS

De Bruno Mateo.


El rico sabor de las aterciopeladas Pomarrosas es algo inolvidable.

El Sol se estaba ocultando. La gente del pueblo, como todas las tardes, se reunió al pie del noble árbol al centro de la plaza para dejar pasar el tiempo entre risas maliciosas acompañadas de comentarios malsanos acerca de cualquier persona. Así transcurría la vida normal. Sin embargo, esa tarde calurosa de Agosto, el árbol plantado al centro de la reunión maldiciente, comenzó arrojar sus pequeñas frutas rojas, lo que causó un asombro tan grande que hubo quien dijera que era gracia de los duendes. Era mejor ocultarse antes de que algo peor pasara. No se dijo más. El pueblo se ocultó escoltado por la noche.
Al salir de sus casas después de lo de anoche, las miradas atónitas de los habitantes, vieron la enorme alfombra roja de las Pomarrosas (nombre que reciben las frutas caídas del noble árbol) por lo largo y ancho del pueblo. La gente se inquietó por lo que se resolvió agruparse de inmediato en la plaza. “Si el árbol dejó caer las Pomarrosas habrá que recogerlas” propuso alguien. Son demasiadas. El pueblo entero no alcanzaría a comerlas, por lo menos hasta dentro de un mes. Fue entonces, cuando decidieron almacenarlas y olvidar lo ocurrido. Ninguna persona contó que al día siguiente sucedería exactamente lo mismo y al día siguiente y al día siguiente.
El almacén improvisado para tal fin estaba por reventar. Era necesario encontrar otra solución. De pronto, una voz joven propuso, sin detenerse en miramientos: “Cortemos el árbol” La propuesta conmocionó al grupo. Hubo un momento paralizante. El inocente mozo sintió un dolor avergonzarte. Los habitantes le dieron la espalda. Quedó solo frente al árbol y con su impertinencia haciéndole sombra.
Esa noche el joven apenado, cuando hubo de dormir, pidió al Cielo encontrar una solución justa para todos. Con ese deseo en mente se entregó a la quieta oscuridad. Al instante, acudió un sueño. Se veía a la gente del pueblo agrupada. Discutían el asunto. Entonces sonó una voz diciendo: “Repartámoslas a otros pueblos vecinos”. Así se hizo. Por un tiempo, los habitantes del lugar se tomaron la tarea de hacer algo provechoso. No hubo rincón de la región que no probara el contagioso sabor de las frutas rojas, incluso llegó al paladar del Alcalde, máxima autoridad del lugar, lo cual le pareció tan grato, que rápidamente convocó a sus asesores para descubrir el sitio del que provenían las frutas. Sus queridos y complacientes colaboradores trajeron a su presencia un enorme mapa, indicándole un punto lejano a cualquier geografía conocida. Ese era el lugar.
Una verdadera sorpresa recibió el pueblo cuando el Alcalde, máxima autoridad del lugar, llegó a visitarlos. Fue movido por el anhelo de conocer el origen de tan inigualables frutas rojas. La gente se deshizo en halagos. Se condujo al Ilustre Señor a la modesta plaza. Al centro de las miradas, apareció el noble Árbol, pegado al cielo luminoso y en medio de las expectativas de los habitantes. Estos vieron con la llegada del Alcalde, máxima autoridad del lugar, una salida. Ahora vendría el crecimiento y la bonanza de la población. Las frutas caídas que una vez les sorprendieron, ahora se convertían en las primeras monedas del enorme tesoro que se avecinaba. Para el recién llegado era maravilloso. No podía dejar de pensar en las tiernas frutas. El asombro era abrumador. No podía creer que tenía frente a sí al árbol de las frutas divinas. Fue en ese momento que prometió delante de todos los habitantes de la tierra de las Pomarrosas que traería grandes beneficios. Con este juramento, el inocente joven se despertó alegre. Es necesario contar su visión al pueblo entero. “Es una señal” “Es una señal” “Es una señal” gritaba por doquier. La gente emocionada emprendió la tarea tal cual el sueño del muchacho. Al poco tiempo, el Alcalde, máxima autoridad del lugar, se encontraba frente al árbol prometiendo bienestar a la tierra de las Pomarrosas.
Sin embargo, esa misma noche acudió al joven otro sueño promisorio. Él vio al pueblo bellamente adornado. Las casas se habían convertido en inmensas mansiones. Miles de personas los visitaban con el deseo de probar las Pomarrosas. Todo era grandioso. El árbol trajo consigo el tesoro prometido.
El muchacho emocionado apresuró el paso para contárselo a las personas. De seguro que se encontraban al centro de la plaza. No obstante, cuando llegó al sitio, el árbol de las Pomarrosas había desaparecido. El Alcalde, máxima autoridad del lugar, lo arrancó de raíz para trasladarlo a la Capital. En la plaza sólo quedó un enorme hueco vacío.


Caracas, Venezuela
Octubre 1995