viernes, 13 de agosto de 2010

Cantalicio y Cochocho


Así son las cosas

Ambos payasos, que se conocieron durante un carnaval caraqueño, fueron inseparables
OSCAR YANES | EL UNIVERSAL
viernes 13 de agosto de 2010 12:00 AM



Cantalicio es el payaso más famoso que ha tenido Venezuela. Nació en un ranchito frente al Parque de La Misericordia. Desde muchacho hacía reír a la gente sin hablar y sin pintarse el rostro. Los maestros pasaban rabietas con Cantalicio niño, pues al entrar en el aula se armaba el desorden. Todos empezaban a morirse de la risa al verle la cara. Cantalicio siempre estaba serio y de pronto movía una oreja, o se torcía la nariz como si fuera chicle, tal como escribió Lucas Manzano. Debutó en 1909 cuando vino a Caracas, y levantó carpa en el Metropolitano, el famoso domador de fieras Mr. Keller. Un cubano llamado Ortega se puso de acuerdo con Keller para meterse en la jaula del tigre en El Calvario. Es bueno que los jóvenes sepan, que aquí mismo, en El Calvario, había todo un zoológico con fieras americanas y africanas. Bueno, Ortega se metió en la jaula y cuando todos aplaudían, apareció Cantalicio, con una inyectadora de cartón que tenía más de un metro de largo, gritando: "¿Dónde está el tigre?" Mr. Keller, quien le había aplicado al felino unas cuantas inyecciones, al principio se calentó, pero al ver la reacción de hombres y mujeres que lloraban de tanto reírse, comenzó a aplaudir, y al terminar la función lo contrató para que actuara con el circo Keller en Argentina.

Cantalicio trabajó por más de veinte años en Buenos Aires, pero era tan loco que una tarde cambió su vida, cuando unos venezolanos fueron a verlo y le contaron que en Caracas se preparaba el Carnaval.

Cantalicio salió a la pista, comenzó con sus gracias y chistes y al terminar su número anunció que se despedía de Buenos Aires, porque "me voy a jugar Carnaval a Caracas".

El célebre payaso apareció en la esquina de Las Gradillas una semana antes de la fiesta, organizada ese año por el doctor Emilio Ochoa, don José María Herrera Mendoza, el doctor Juan Iturbe, Luis Olavarría Matos, don Henrique Pérez Dupuy, don Guillermo Elisondo, el señor John Boulton, el general Eduardo Mancera y don Porfirio Tamayo, presidente de la Junta.

En San Juan, en la plaza de Capuchinos, unos rufianes le iban pegando fuego al quiosco, porque no aparecía Cantalicio. En ese mismo Carnaval -contó Lucas Manzano- le salió a nuestro gran payaso un peligroso rival: "Cochocho", un muchacho de San José que se raspaba la mitad de la cabeza y la otra mitad con los pelos parados, se la pintaba de verde o de rojo. Cantalicio y Cochocho se hicieron inseparables. Pasaron los años y el pobre Cochocho terminó en El Algodonal, tuberculoso. Duró poco la separación de los dos amigos. Poco tiempo después Cantalicio agonizaba en la miseria. El payaso adinerado de Buenos Aires era ahora un guiñapo acostado en un catre con un pedazo de cobija que le arropaba las piernas. Una noche le encontraron en el catre haciendo muecas. "Me estoy preparando para hacer reír a la muerte", le susurró a varios amigos, tratando de ocultar el pañuelo manchado de sangre.

Así son las cosas.

ayanes@cantv.net