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Sociedad | Mié. 25 nov '09
“Nos estamos acostumbrando a un teatro poco arriesgado”
Alberto Ísola es un adicto al trabajo que hoy actúa en una obra (Volpone), dirige otra (Brel, que va todos los miércoles, a las 8 p.m., en el auditorio de la Municipalidad de San Isidro), dicta clases en la PUCP y actúa en una telenovela. Aquí nos cuenta cómo hace para seguir de pie y sonriendo.
Autor: Gonzalo Pajares Cruzado

"Nunca me ha molestado hacer televisión. Yo aprendí hace mucho que, cuando uno hace una telenovela, va a tener un montón de tiempo de espera y, para mí, ese tiempo es fantástico porque leo, estudio". Alberto Ísola es uno de nuestros más lúcidos actores y directores. Estos días muestra toda su clase en Volpone, la comedia que se presenta en el Británico.

¿Más que un actor, es un lector?
Sí. Soy un lector apasionado. No leo todo lo que me gustaría leer. También me gustan mucho la música y el cine. Sin embargo, me parece muy tentador pasar todo el día leyendo.

Sé que trabaja demasiado...
Me gusta mucho lo que hago. Por eso, hay una dosis de placer en mi trabajo, al que no considero como tal: yo disfruto el 95% de lo que hago. Trabajar es, para mí, una manera de tener una vida social. Como soy un tímido, la manera más fácil de relacionarme con las personas es el trabajo. He de reconocer que soy un adicto a él. Felizmente, no lo hago para olvidarme de cosas que me atormentan, sino porque me apasiona desde el primer ensayo que vi cuando tenía 15 años. Es una voracidad que tiene que ver, imagino, con mi pasión por la comida y con mi sobrepeso (risas).

Lleva 41 años haciéndolo.
Yo nunca quise ser actor, me veía como director. Sucede que en la escuela de teatro nos obligaban a llevar cursos de actuación –cosa que me parece muy sabia–. Allí, los profesores me dijeron: “Tú eres un buen actor, ¿por qué no actúas?”. Y así me fui quedando al punto que, hoy, actúo más que dirijo.

Empezó en las tablas a los 15 años. ¿Cuán competente es el Ísola de 56?
He mejorado porque siento que soy un profesional más completo, pero sí hay algo que he perdido: el desparpajo, el atrevimiento.

¿Cuán racional es?
Una vez alguien me dijo que yo era una mezcla de un actor analítico y un actor intuitivo. Tenía razón. Cuando preparo una obra leo mucho, pero también dejo que mis sueños me conduzcan. El arte, si solo fuera un problema de aplicación, sería muy aburrido… Hay que darle espacio a lo inesperado.

¿Es un hombre comedido o es un hombre arrebatado?
Soy muy apasionado… me he ido calmando, no envejeciendo. Antes gritaba, era muy histérico. Creo que esto tenía que ver con una inseguridad mal manejada. Hay alumnos míos que dicen que extrañan al señor que gritaba. Yo no. Antes renunciaba siempre. Si no lo hacía, sentía que no era yo (ríe).

¿Cómo maneja su prestigio? Hay personas que llevan sus talleres solo para decir que usted fue su profesor...
Lo siento como una responsabilidad. Siempre he sido un obsesivo, y saber que la gente espera de mí muchas cosas hace que me esfuerce aún más. Por otro lado, si bien muchas personas se matriculan en mis talleres buscando prestigio, son pocas las que se quedan porque soy muy exigente. Yo les digo: “Estás perdiendo tu tiempo y tu plata”, porque si algo les he enseñado a mis alumnos es la capacidad de continuar y, para continuar, hay que tener una técnica fuerte y una actitud de apertura y de cambio… y las personas que solo buscan el prestigio de haber estudiado conmigo no tienen ninguna de estas dos cosas.

¿Por qué volvió al Perú?
Yo me hago esta maravillosa pregunta todos los días. Afuera me di cuenta de quién era y de dónde venía y de qué quería hablar. Entonces, volví porque sentí –y sigo sintiendo– que, para bien o para mal, este es mi lugar.

¿Es cierto que vivimos nuestro mejor momento teatral?
Lo que me molesta es esta sensación de que antes no había nada. Lo que hoy se hace tiene su origen en lo mucho que hicimos antes. Que hayan sido montajes con poco público no tiene nada que ver… las generaciones anteriores ¡existimos! y fuimos creando lo que ahora tenemos. Hoy hay un notable avance a nivel de producción, de márketing, de profesionalización; pero extraño algunas cosas: los grupos, un discurso continuado, el riesgo, un público menor pero más ecléctico –pues veía más cosas–. Hay un avance del que participo y saludo, pero tengo un temor: creo que el público se está acostumbrando a un teatro de excelente factura, pero poco arriesgado. Nos falta abrirnos a más posibilidades. Ahora hay una sola dirección... cuando deberían haber muchas. La experimentación, por ejemplo, está siendo dejada de lado.

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