viernes, 4 de enero de 2008
Cioran
por Andreu Navarra
Adoro a Cioran. No lo puedo remediar, como español y, por tanto, como aprendiz de loco y persona inundada de poesía mística, nada cioranesco puede serme ajeno.
Cioran es para mí un ejemplo moral, el dandy inoportuno, el vago sin redención, la rebeldía absurda e irreductible con la que se pretende dar al traste con toda forma de vanidad. Quizás por temperamento personal me he sentido siempre muy identificado con su dulcísimo mal humor, con su poesía fundamental del dolor humano.
Cioran no pretende nada, es como charlar con un borracho en un café, por la mañana, cuando hace frío y la niebla lame nuestros tejados.
Releer a Cioran es para mí como pasear por el barrio en que crecí y di mis primeros besos, es retornar a mi círculo natural de negación. Transitar sus libros es renovar mis ganas de reír, significa volver y remozar mis ansias de demolición una vez alcanzada la aburrida madurez, en que la inercia (en cierto modo también dulce y estúpida) ha sustituido esas inefables ganas de suicidarse que a uno le embriagan a los dieciocho años.
Cioran murió de lo que deseó toda la vida: de imbecilidad. Como la posibilidad de suicidarse le consolaba, al final murió extremamente anciano de síndrome de Alzheimer. Su primer libro, En las cimas de la desesperación, no era más que su testamento. Empezó a redactarlo y le cogió el gusto a aquello de escribir y así fueron pasando las décadas de pensión en pensión, negándose a trabajar, considerando los imperativos sociales tales como tomar apellido o cobrar fama como manchas que mancillaban la pureza de su cinismo integral.
La historia de mi iniciación en Cioran no deja de ser curiosa. Una muy antigua novia mía se compró dos libros de Cioran aconsejada por un profesor de filosofía: "El aciago demiurgo" y creo que "La tentación de existir". Tras leerlos, no sé si en parte o enteros, esta novia me hizo jurar que jamás leería a Cioran, a lo cual accedí.
Después resultó que este profesor de filosofía era en realidad policía secreto, y un día que hacía footing y nos sorprendió dándonos el lote en una esquina del barrio, se despidió de nosotros gritando: "¡No leáis a Cioran! ¡No leáis a Cioran!". Era un señor regordete y simpático, cultivadísimo. La historia de su iniciación en Cioran sí que era verdaderamente curiosa:
Un día leyó a Cioran y decidió volarse la cabeza. Pero sin juegos, sin impostura, de verdad, era policía y disponía de una pistola cargada, solo le quedaba apretar el gatillo. Para llevar a cabo su idiota plan se fue hasta Andorra como peregrinando a la nada por última vez, para despedirse de algo o pasear, no sé, no me acuerdo. Se sentó bajo un árbol y sacó la pistola, y cuando lo iba a hacer sintió hambre y se fue a un restaurante que había cerca.
Allí le tiró los tejos a la camarera, que se ve que era muy guapa, y se casaron y tuvieron un hijo que hoy es uno de los mejores violinistas del país.
Todo esto es real como la vida misma, no me lo he inventado, lo prometo.
Y es que todo lo que rodea a Cioran es así: excesivo, descabellado, surrealista, idiota.
Encontré en un libro de Rafael Sánchez Ferlosio paralelismos evidentes entre la filosofía (o más bien el posicionamiento vital) de Cioran y el del ensayista madrileño. Ignoro si es casualidad o no, lo que me parece evidente es que el peinado de Cioran es más pintoresco que el de Sánchez Ferlosio, quiero decir que el rumano/francés va mucho más allá, se pierde en sus propias incoherencias, las explora, se regodea en ellas, se pierde en la luz difusa de la dispersión absoluta.
Para Sánchez Ferlosio el balbuceo paramístico del pensador crispado es un elemento casi racial, un componente de claro, consciente y hasta reivindicado origen castellano. Cioran examina la mística española, la degusta con buen paladar, explora las locuras deliciosas de los santos castellanos, se identifica con sus absurdos admirables y heroicos, siente el amor a la verdadera España, la ultrarrevolucionaria, la de los visionarios que heredan a través de los siglos la incongruencia radical de una personalidad ocultada bajo kilos de papel y ordenanzas, la España que transmite miedo y admiración a la vez y que alguna vez habrá que reivindicar.
El peligro o la seducción de la tiranía forma el capítulo más político (o "sistemático") de la obra de Cioran. Cioran es el verdadero Satanás que los enemigos del Posmodernismo se empeñan en ver en Derrida. Cioran y no Derrida es quien desea sembrar el caos, quien arrasa con todo y se jacta de ello. (Aunque en la práctica tampoco Cioran tiene aplicación práctica, a Cioran le importaba un bledo molestar o no, tampoco era el terrorista activo y conspirador que temen los españoles atemorizados por sus propios e inconfesados anhelos). ¿Por qué razón no se insulta a Cioran en España ni la mitad de lo que se insulta a Derrida? Quizás sea porque Cioran excita los puntos erógenos del lector español, y lo precipita hacia regiones en las que se siente cómodo: el abismo, la sima, la biblioteca polvorienta, la sexualidad desviada, el morbo de la santidad, y su estilo no es tan vistoso ni espectacular como el de Derrida.
Una vez se ha arrasado todo, surge el nihilismo desde el cual solo es posible pisotear, escupir, profanar, desgarrar, eyacular, guerrear, agredir, promover el desierto, la hoguera, la expurgación, la censura, la quema de libros, el erial mental, la subnormaliad, los personajes obscenos y los encefalogramas planos. Y a todos estos atributos solo se les puede unir bajo un denominador común que les da una etiqueta y una dirección: el poder. El poder como pasión, el poder como pulsión sexual descarada, tal y como la vemos en los rostros y los cuerpos de los políticos españoles y estadounidenses, en casos tipo Henry Kissinger, quien decía que el poder era el mejor afrodisíaco.
Cioran es consciente de que su filosofía puede engendrar fascistas, él no se esconde de esta posibilidad y reconoce que el peligro de la tiranía es la única aporía que podría llegar a preocuparle alguna vez.
Ahora bien, como Cioran no es un escritor o pensador preocupado por la sociedad (después de todo, qué le puede aportar o importar el progreso a un suicida, a un canallita lumpen de tres al cuarto), su reflexión sobre la seducción de la tiranía no se refiere al hambre de dominación que se da entre los integrantes de un pueblo, no trata de impedir que las estrategias de propaganda entronicen a otro Hitler, como efectivamente ocurre constantemente en las democracias occidentales, no se trata de ese tipo de problema, sino de su dimensión más íntima y ética.
La filosofía de Cioran no versa sobre los efectos del poder y sus discursos sobre las conciencias que se deben vigilar o coartar, como sí versarían las de Adorno, Habermas, Foucault, Jameson, Derrida y otros. Cioran habla de la seducción personal que el ejercicio del poder ejerce sobre todos nosotros, seres muy débiles, de nuestro apetito por convertirnos en monstruos obscenos y detestables.
¿Qué haríamos si saliéramos elegidos dentro del conciliábulo de generales golpistas? ¿Cómo se sienten los tiranos? ¿Somos cada uno de nosotros, tiranos de nuestro círculo más directo? ¿Renunciaríamos al poder absoluto si se nos brindara la posibilidad del mando sin límite? ¿Seríamos dignos emperadores? ¿Quién nos inspiraría, Marco Aurelio o personajillos como Napoleón III o Mussolini? ¿Corregiría ser el Rey Sol nuestras impotencias orgánicas?
¿Abdicaríamos, en definitiva? ¿Seríamos íntegros? ¿Rechazaríamos la oferta para vivir de manera auténtica, de forma acorde con nuestros ideales de paz y serenidad? O, de lo contrario, nos convertiríamos en una basura humana, un delito moral encarnado con tal de que nos lisonjearan, de que aplaudieran nuestras muecas de orangután entronizado?
De hecho en parte somos en potencia ese crimen de lesa humanidad ambulante. Esta es una dirección útil, educadora a regañadientes, de la filosofía de Cioran. El espejo delante nuestro nos muestra que no somos en absoluto distintos del monstruo de prepotencia, egoísmo y autoconmiseración enfermiza que reconocemos en los personajes que desfilan cada día por nuestros noticiarios y que protagonizan el esperpento trágico de la vida pública de una democracia europea actual.
Podríamos preguntarnos qué ocurriría si un libro de Cioran cayera en manos de algún ejecutivo agresivo o alguno de estos personajes detestables y con poder de decisión que realmente dirigen esta sociedad. Yo compré mi primer libro de Cioran (Breviario de podredumbre) en Lloret de Mar, conocido lugar turístico de la Costa Brava, en un puesto de supuestos libros intrascendentes para entretenimiento de las masas playeras entre las cuales yo figuraba. Desde entonces un estremecimiento recorre mi espinazo cada vez que veo una edición de bolsillo al alcance de cualquiera, de los niños, por ejemplo.
Quiero decir que esto podría suceder, que un horrible ejecutivo agresivo, de esos puteros y prepotentes, leyera a Cioran: ¿Se suicidaría? ¿Seguiría aferrado a su existencia miserable?
En fin, no seremos utópicos y creeremos que no.
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Texto, Copyright © 2007 Andreu Navarra.
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2 comentarios:
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Saludos, Rodrigo
Excelente
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