domingo, 3 de febrero de 2008
Stephen Hawking, su nombre me sabe a ciencia.
Terminó por suceder: Stephen Hawking se ha convertido en un escritor de un libro al año. No seré yo quien le critique por eso, si acaso me permito añorar la originalidad y el altísimo patrón de calidad de sus primeros libros, exigencias ahora postergadas en favor de la cantidad y la velocidad.
Breve historia del tiempo (1988) supuso el debut e inmediato pasaporte al estrellato del por entonces joven titular de la Cátedra Lucasiana de Matemáticas de Cambridge (la que ocuparan en su día Isaac Newton y Paul Dirac). En aquel momento Hawking amortizaba el trabajo realizado junto a Roger Penrose y Jim Hartle, y transitaba por la cumbre creativa de su carrera. Apuntaló a partir de la teoría de la relatividad la idea de que el universo había sido parido en una gran explosión inicial (Big Bang) y de que moriría consumido en el brutal caos interior de un colosal agujero negro. Poco después Hawking pudo demostrar que los agujeros negros más bien eran grises, pues emitían algo de radiación (radiación de Hawking, fue bautizada), y que era plausible que pudieran evaporarse.
Por si la esclerosis (se le diagnosticó a los 23 años y se le pronosticó una esperanza de vida de 2-3 años) que martirizaba su cuerpo no fuera suficiente, la prensa cargó a Stephen Hawking con otra pesada cruz: ser el sucesor natural de Albert Einstein. Aquello, tan exagerado como cruel, le lastró como científico (nadie puede aprobar semejante reválida) y le catapultó como divulgador (la publicidad estaba hecha, el mercado creado).
En 1989 Hawking recibió en Oviedo el premio «Príncipe de Asturias» de la Concordia. En eso justamente machacaría sus neuronas durante años: en buscar una formulación teórica que concordase la Teoría General de la Relatividad de Einstein con la Mecánica Cuántica, las dos torres que coronan la catedral de la física moderna y que tercamente se empeñan en contradecirse. Era el momento de sus apuestas más arriesgadas: conjeturó que el universo estaba sembrado de diminutos agujeros negros que andamiaban el tejido del espacio-tiempo desde el mismo instante de la creación, y propuso que tanto espacio como tiempo parecían ser finitos aunque sin fronteras, lo que superaba el terrible problema de la singularidad inicial, de un Big Bang al margen de las leyes de la física. Cuestiones cuánticas y cosmológicas (1993) recogía su furiosa búsqueda de respuestas en una apasionante colección de artículos y ensayos publicada junto a Penrose.
Pasaron casi diez años hasta volver a saber de Hawking en las librerías. En ese tiempo la ELA terminó por apagar hasta el último de sus músculos y dejarle sólo con la mínima movilidad de su cabeza y ojos. Recursos con los que a duras penas gobierna su computarizada silla de ruedas y sintetizador de voz. El universo en una cáscara de nuez (2002) fue un nuevo éxito de ventas. Sentido del humor, impacto gráfico y física excitante eran sus ingredientes y marcó el final de los libros largamente meditados y con alto nivel de originalidad.
Antologías y refritos
Casi de inmediato aparece A hombros de gigantes (2003), donde Hawking se limita a repasar las grandes obras de la física y la astronomía. Un buen libro de historia de la ciencia, si bien por primera vez Hawking firma una obra al alcance de un buen número de divulgadores. Con Brevísima historia del tiempo (2005), Hawking se conforma con actualizar y revisar su ópera prima. Como veinte años atrás, sólo se puede encontrar en el libro una ecuación: E=mc2. Dios creó los números (2006) es una nueva antología, en este caso matemática, que repasa los descubrimientos capitales en este campo, muchos de ellos capaces de cambiar la Historia.
Atendido uno de los juguetes favoritos de Hawking: Dios, llegó inmediatamente el turno de otro: las teoría de gran unificación. La teoría del todo (2007) insiste en el sempiterno problema del origen y destino del universo y repasa los méritos de las teorías candidatas a describir conjuntamente la gravedad y las otras tres fuerzas básicas de la física. Hace tiempo ya que Hawking es el científico vivo más conocido por el público. Esto provoca que su vida privada, matrimonial incluso, interese a la prensa, que sus conferencias sean presenciadas por reyes y príncipes que ensayan gestos de entender algo, y que su sintetizador de voz sea escuchado cual nuevo oráculo de Delfos: «La especie humana no desaparecerá en una guerra nuclear, sino barrida de la Historia por un virus».
La lista de premios que adorna su currículo impresiona. Tanto como luchó por obtener su doctorado (no fue el mejor estudiante imaginable), tan plácidamente fue recogiendo en dos décadas otros doce con el añadido «honoris causa». Nunca, sin embargo, participó en la carrera por un Nobel. Sus contribuciones a la física teórica, sin duda valiosas, no dan para tanto. Sus colegas científicos le aprecian y valoran su ciencia, pero no le adoran como hace el gran público.
Regreso a Asturias
La primavera traerá a Asturias a Stephen Hawking. En Avilés presentará a sus lectores españoles su último libro: George y su llave secreta del universo (La clave secreta del universo en castellano), apertura de una trilogía dedicada a los niños y jóvenes. Hawking monta en su nuevo bólido un motor que ya ha demostrado su condición ganadora. Lo hizo para la filosofía de la mano de Jostein Gaarder (El mundo de Sofía (1991)) o para las matemáticas con Denis Guedj (El teorema del loro (1998)).
Un niño cuyos padres recelan de la tecnología emprenderá la aventura de descubrir la física guiado por sus nuevos vecinos: Eric, un científico; Annie, su hija, y Cosmos, un superordenador gracias al cual puede viajar a través del tiempo y del espacio atravesando agujeros negros. Aromas harrypotterianos y un renovado sentido del humor (siempre inteligente y potenciado por las enérgicas ilustraciones de Gary Parsons) contribuyen a lo que sin duda será un exitazo de ventas. Escrito a seis manos (dos son de su hija Lucy Hawking, escritora y periodista; dos del francés Christophe Galfard, autor de una tesis doctoral basada en los trabajos de Hawking), George y su llave secreta del universo se anuncia dirigido a adolescentes (niños de 9 a 12 años) a los que tratará de mostrar la intrínseca belleza de la ciencia y la importancia de ésta para la supervivencia a largo plazo de la humanidad.
Hawking ha renovado su vinculación a Asturias a través del Centro Cultural Oscar Niemeyer (es miembro del patronato de la Fundación Niemeyer) y en marzo volveremos a disfrutar del honor de su presencia. Si su quebrantado cuerpo se lo impidiera, sería su hija Lucy la encargada de presentar el nuevo libro. En tal caso los admiradores del Hawking científico y del Hawking escritor nos entristeceremos, pero puede que no tanto como la cuadrilla de políticos que ya han reservado página en sus álbumes de fotos.
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