lunes, 19 de noviembre de 2007

Beckett tragicómico

19/11/2007 CRÓNICA


• Peter Brook muestra en el Teatre de Salt el ácido humor del autor irlandés con cinco piezas breves

CÉSAR LÓPEZ ROSELL
GIRONA
Etiquetas fuera. Peter Brook desenmascara con Fragments, de Samuel Beckett, a los que solo ven en el autor a un pesimista compulsivo. El montaje de las cinco piezas cortas del Nobel irlandés presentadas en Salt muestra hasta qué punto el corrosivo humor sobre la existencia humana es un elemento clave en la obra del dramaturgo. Bocados de realidad sobre los tics de la rutina, sabrosas tapas del mejor teatro posible. Y risa incontenible.
Hay que quitarse el sombrero ante una tragicomedia que va más allá del absurdo para convertirse en un ejemplo de la frescura creativa del director octogenario. En poco más de una hora, los tres soberbios intérpretes deslumbran con su catálogo de recursos en un escenario desnudo y sin otro apoyo que el de los elementos luminotécnicos.
Hipnosis colectiva. Nadie puede apartar ni un segundo los ojos de esas caras y esos gestos que lo dicen todo. En la primera historia, aparecen dos seres marginales que se encuentran en una situación límite: un músico ciego y un tullido. Intensidad dramática, ácidos diálogos, pero también precisas dosis de humor que ayudan a liberar la angustia. Dice el invidente que ha pensado quitarse de enmedio pero que aún siendo infeliz no lo es "lo suficiente" como para desaparecer de este mundo.
Los dos intérpretes repiten en Acto sin palabras 2, donde nos remiten al mejor cine mudo. Los ahora convertidos en clowns salen de dos sacos para poner el acento en los tics de la rutina diaria. Levantarse, vestirse, prepararse para afrontar la jornada. Uno (el musculoso Marcello Magni) es el pesimista que no da pie con bola; el otro (hilarante Jos Houben) es el optimista que encuentra placentera cualquiera de sus forzadas actividades. Humor sin una sola frase. Precisión interpretativa de relojería que desencadena la carcajada continua.

Hipocresía y cotilleo
Kathryn Hunter, tercer eslabón del reparto, se somete en Nana al balanceo de repetitivas frases para narrar desde el ensimismamiento el viaje de la vida a la muerte. Una silla le ayuda a ejecutar los movimientos. Silencio expectante, que se repetirá en una nueva y breve aparición de la actriz antes de la pieza final, Vaivén, en la que los tres intérpretes convertidos con la ayuda del vestuario y la caracterización en viejas damas puritanas, muestran la complejidad de las relaciones humanas en claustrofóbicos ambientes. La hipocresía, el cotilleo y la descalificación aparecen en todo su esplendor. Genial.

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